Monday, September 11, 2006

¡A Preparar las naves!

pensado en CEP

Primero fue Alejandro Magno, después Cortés. A quemar las naves gritaron, en sus respectivos idiomas, desdoblados, cediendo a la sensualidad de sus propias palabras. Se trataba, no sólo de virilidad retórica sino de conducir el comportamiento de sus guerreros. Si llegando a la orilla enemiga, se hace leña del árbol hecho barco, entonces la idea de retroceder desaparece del mapa de las posibilidades y los apetitos, y la batalla se hace obligatoria, deseable como los pies forzados, lo mismo que mantenerse vivo. La anécdota sirve como consejo dirigido a los oídos de los guerreros urbanos para que rompan con su pasado, desaten las sogas que los amarran al puerto que promete algo imposible: volver a casa –¡cómo si hubiera una! susurra imperceptible la historia-, revertir el efecto del tiempo, desandar el camino.
El Desorden se pregunta con cierto escepticismo, y con indesmentible hipocresía -porque sabe la respuesta- si no será demasiado mezquino con la idea de batalla, pretender resolverla a costa de hacerla obligatoria. Demasiado mezquino con el futuro –esa perspectiva del presente- desarraigarlo de la tragedia de su arbitrariedad, que llama a mirarlo de reojo, con descreimiento, a sopesarlo con sus sucedáneos, entre los que la muerte y el pasado tienen un lugar garantizado.
La vida del guerrero es distinta a la del general, y los primeros acataron la voz de los segundos. Como Ulises se ataron al mástil de lo forzoso, aunque a diferencia de éste, en cumplimiento de designios ajenos. Terminaron ganando las batallas.
El desorden ha tenido por correcto preferir ceder ante las sirenas que ante los mástiles, ante la derrota trágica, que ante el triunfo nimio y en este setiembre patriota llama a reconsiderar la cesión de territorios costeros a Bolivia y el derecho del Chino Ríos a jugar entre los veteranos. Qué se yo, a perder un par de batallitas. ¡Viva Chile Mierda!... si es que resulta lo más prudente.

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